La Sombra del Viento.
Suspiro una vez más ante esa historia que se me escurre entre los dedos. Ante ese final y ese adiós de personajes que siento como amigos. Cierro las tapas no de un libro, sino de un mundo que me da la bienvenida con una sonrisa cada vez que necesito huir de la realidad que me rodea. Camino por esas calles a través de los ojos de Daniel, acompañada de Fermín, cuidada por el señor Sempere o enamorada de los encantos secretos de Beatriz Aguilar. Disfrutando de la amistad ciega de Tomás. Viviendo en el caserón de la Avenida del Tibidabo. Odiando al infame inspector Fumero. O añorando a escondidas la historia de Julián. Sus lugares ya son mis lugares, sus amigos ya son mis amigos, y las balas de sus enemigos también me podrían atravesar a mi. Una vez más concluyo una novela que en silencio acompaña mis días, una novela que en su día me hizo un poco más sabia, haciéndome conocedora de lo que por aquel entonces ignoraba. Concluyo páginas y páginas que, al leerlas, me enamoran, me envuelven y me encierran hasta tal punto que los días de desvele en el instituto ya no los puedo contar con los dedos de las manos. Concluyo una historia con la misma sensación de la primera vez, con el nudo en la garganta, con el corazón atrapado en un puño y con el alma deshecha en jirones de sentimientos que nunca he alcanzado a explicar. Con miles de sueños perdiéndose en la sombra del viento...
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