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Bienvenidos.

Aquí comienzo de nuevo un viaje más profundo que cualquier carretera, que cualquier cielo, que cualquier mar. Un viaje que inicié en una época tan temprana que no logro recordar. Un viaje por la literatura, el cine, la realidad y la maravillosa ficción. Un viaje que recorre mundos que los mapas jamás podrán dibujar, personas que son familia y nunca podré abrazar. Porque un libro es casa, avión, barco y nave espacial. Aquí retomo una recopilación de libros y películas que comenzó hace mucho, que forma parte de mí, que soy yo a un alto tanto por ciento.  Con diseño nuevo y un puñado de entradas de la escritora que más admiro os doy la bienvenida mil veces (de nuevo) a mi casa, a mi hogar. Espero leernos durante muchas páginas.

El laberinto de los espíritus - Carlos Ruíz Zafón

Las guerras lo ensucian todo, pero limpian la memoria.

El laberinto de los espíritus - Carlos Ruíz Zafón

Tomó el libro y regresó al primer párrafo. A medida que pasaba páginas la inquietud que se había apoderado de ella se fue deshaciendo poco a poco. Al rato Alicia perdió la noción del tiempo. Ni siquiera Leandro podía seguirla y encontrarla en el bosque de palabras que aquel libro siempre abría ante sus ojos. Alicia sonrió y regresó a la novela sintiendo que volvía a casa. Hubiera podido quedarse allí todo el día. O toda la vida.

El laberinto de los espíritus - Carlos Ruíz Zafón

El año en que Alicia Gris llegó a Madrid, su mentor y titiritero, Leandro Montalvo, le enseñó que cualquiera que aspire a conservar su sano juicio necesita de un lugar en el mundo en el que pueda y desee perderse. Ese lugar, el último refugio, es un pequeño anexo del alma al que, cuando el mundo naufraga en su absurda comedia, uno siempre puede correr a encerrarse y extraviar la llave.

El laberinto de los espíritus - Carlos Ruíz Zafón

-¿Qué estás leyendo? -Alicia en el País de las Maravillas. -¡Anda! ¿A ver? Ella se lo mostró, pero no le permitió tocarlo. -Es de mis favoritos -comentó, sin desprenderse del todo de su recelo. -De los míos también -replicó Fermín-. Todo lo que sea caerse por un agujero y tropezarse con chiflados y problemas matemáticos lo tomo a título autobiográfico.

El laberinto de los espíritus - Carlos Ruíz Zafón

Acepté el Sugus porque sabía que era la posesión más preciada de todo el patrimonio de mi amigo Fermín y que me honraba compartiendo su tesoro. - ¿Ha oído decir usted alguna vez aquello tan socorrido de que en el amor y en la guerra está todo permitido, Daniel? - Alguna vez. Normalmente en boca de los que están más por la guerra que por el amor. - Así es, porque en el fondo es mentira podrida. - ¿Es esta entonces una historia de amor o de guerra? Fermín se encogió de hombros. - ¿Cuál es la diferencia? Y así, al amparo de la medianoche, un par de Sugus y un embrujo de recuerdos que amenazaba con desvanecerse en la niebla del tiempo, Fermín empezó a hilvanar los hilos que habrían de tejer el final, y el principio, de nuestra historia.
- Un hombre debería poder morir llevándose algún que otro secreto por delante -objetó Fermín. - Demasiados secretos son los que llevan a un hombre a la tumba antes de hora.
Miré de reojo a aquel hombrecillo que hubiera dado la vida por mí y que siempre tenía una palabra, o diez mil, con que solventar todos los dilemas y mi ocasional tendencia a la flojera existencial. - Ojalá sea tan fácil como usted lo pinta, Fermín. - Nada que valga la pena en esta vida es fácil, Daniel.