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El laberinto de los espíritus - Carlos Ruíz Zafón

Tomó el libro y regresó al primer párrafo. A medida que pasaba páginas la inquietud que se había apoderado de ella se fue deshaciendo poco a poco. Al rato Alicia perdió la noción del tiempo. Ni siquiera Leandro podía seguirla y encontrarla en el bosque de palabras que aquel libro siempre abría ante sus ojos. Alicia sonrió y regresó a la novela sintiendo que volvía a casa. Hubiera podido quedarse allí todo el día. O toda la vida.

El laberinto de los espíritus - Carlos Ruíz Zafón

El año en que Alicia Gris llegó a Madrid, su mentor y titiritero, Leandro Montalvo, le enseñó que cualquiera que aspire a conservar su sano juicio necesita de un lugar en el mundo en el que pueda y desee perderse. Ese lugar, el último refugio, es un pequeño anexo del alma al que, cuando el mundo naufraga en su absurda comedia, uno siempre puede correr a encerrarse y extraviar la llave.

El laberinto de los espíritus - Carlos Ruíz Zafón

-¿Qué estás leyendo? -Alicia en el País de las Maravillas. -¡Anda! ¿A ver? Ella se lo mostró, pero no le permitió tocarlo. -Es de mis favoritos -comentó, sin desprenderse del todo de su recelo. -De los míos también -replicó Fermín-. Todo lo que sea caerse por un agujero y tropezarse con chiflados y problemas matemáticos lo tomo a título autobiográfico.

El laberinto de los espíritus - Carlos Ruíz Zafón

Acepté el Sugus porque sabía que era la posesión más preciada de todo el patrimonio de mi amigo Fermín y que me honraba compartiendo su tesoro. - ¿Ha oído decir usted alguna vez aquello tan socorrido de que en el amor y en la guerra está todo permitido, Daniel? - Alguna vez. Normalmente en boca de los que están más por la guerra que por el amor. - Así es, porque en el fondo es mentira podrida. - ¿Es esta entonces una historia de amor o de guerra? Fermín se encogió de hombros. - ¿Cuál es la diferencia? Y así, al amparo de la medianoche, un par de Sugus y un embrujo de recuerdos que amenazaba con desvanecerse en la niebla del tiempo, Fermín empezó a hilvanar los hilos que habrían de tejer el final, y el principio, de nuestra historia.
- Un hombre debería poder morir llevándose algún que otro secreto por delante -objetó Fermín. - Demasiados secretos son los que llevan a un hombre a la tumba antes de hora.
Miré de reojo a aquel hombrecillo que hubiera dado la vida por mí y que siempre tenía una palabra, o diez mil, con que solventar todos los dilemas y mi ocasional tendencia a la flojera existencial. - Ojalá sea tan fácil como usted lo pinta, Fermín. - Nada que valga la pena en esta vida es fácil, Daniel.

El Cementerio de los Libros Olvidados

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Hoy comienzo una recopilación del final de una saga que ha marcado de principio a fin mi vida, y con ello este blog y todo lo que me rodea. Espero que esta recopilación nunca termine, que la saga me siga abriendo los brazos, o las tapas, cada vez que necesite un abrazo amigo, y me regale nuevas frases y nuevos mundos en cada nueva etapa de mi historia, hasta que las arrugas de mis dedos superen las arrugas de sus páginas. Gracias, siempre, por salvarme. Gracias, siempre, a Daniel y a Fermín, a Bea, a Juan, a Julián (ambos), a Alicia, a Vargas, a Nuria, a David, a Isabella, a Isaac, y, sobre todo, al que es todos y a la vez ninguno, a Carlos. Por tanto. Por siempre. Por la lectura. Gracias.

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Si volviera a nacer, me gustaría decirte que corregiría errores, pero pasaría seguramente por las mismas cosas. Me equivocaría en los mismos sitios. Y acertaría más bien poco o casi nunca. Porque si volviera a nacer, me gustaría decirte que sería más duro, más experimentado, más sabio. Pero imagino que nada, que acabaría diciendo los mismos te quiero. Los mismos te odio. Los mismos adiós. [Risto Mejide]
¿Sabes? las peores pesadillas no tienen monstruos sino espejos , y eso es algo que no sé cómo explicarte.
"Éste es un mundo de sombras, Daniel, y la magia es un bien escaso. Aquel libro me enseñó que leer podía hacerme vivir más y más intensamente, que podía devolverme la vista que había perdido. Sólo por eso, aquel libro que a nadie importaba cambió mi vida ."

Mort

En mi mundo, la muerte era una mano anónima e incomprensible, un vendedor a domicilio que se llevaba madres, mendigos o vecinos nonagenarios como si se tratase de una lotería del infierno . La idea de que la muerte pudiera caminar a mi lado, con rostro humano y corazón envenenado de odio, luciendo uniforme o gabardina, que hiciese cola en el cine, riese en los bares o llevase a los niños de paseo al parque de la Ciudadela por la mañana y por la tarde hiciese desaparecer a alguien en las mazmorras del castillo de Montjuïc, o en una fosa común sin nombre ni ceremonial, no me cabía en la cabeza . Dándole vueltas, se me ocurrió que tal vez aquel universo de cartón piedra que yo daba por bueno no fuese más que un decorado . En aquellos años robados, el fin de la infancia, como la Renfe, llegaba cuando llegaba.
Yo había crecido en el convencimiento de que aquella lenta procesión de la posguerra, un mundo de inquietud, miseria y rencores velados, era tan natural como el agua del grifo, y que aquella tristeza muda que sangraba por las paredes de la ciudad herida era el verdadero rostro de su alma. Una de las trampas de la infancia es que no hace falta comprender algo para sentirlo. Para cuando la razón es capaz de entender lo sucedido, las heridas en el corazón ya son demasiado profundas .
Me gustaría escribir. Me gustaría abrir una página en blanco y poder decir cosas bonitas y coherentes. Cosas que la gente lea y sienta y disfrute y comparta. Me gustaría poder juntar dos palabras, y después otras dos, y dos más, hasta crear historias que sean mías y tuyas y suyas a la vez. Quisiera escribir como lo hacía antes, todos los días, sin motivos, sin preocupaciones, sin sentir que para hacer algo bonito y con sentido tengo que perder todo lo que tiene sentido para mí.  Escribir me ayuda a pensar en los momentos más caóticos; me ayuda a calmarme cuando el mundo pesa tanto que hasta respirar se hace difícil; me ayuda a hacer que el tiempo pase un poco menos despacio esos días donde un minuto duele como una semana sin sonreír. Escribir me ayuda, en general, a vivir. Escribir es lo único que me queda cuando no me queda nada.