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Mostrando entradas de febrero, 2012

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-Los veranos sureños son indiferentes a los problemas del amor joven. Armados de advertencias y dudas Noah y Allie lograron hacer un convincente papel de un chico y una chica haciendo un viaje muy largo sin preocuparse por las consecuencias. -Se enamoraron, ¿verdad? -Sí, así fue.

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Escuché mi voz durante el tiempo suficiente para darme cuenta de dos cosas; la primera era que me había pasado los últimos tres días en un silencio tal que no me había dado cuenta de la segunda: mi voz sonaba apagada, sin fuerza. Denotaba una tristeza y una amargura que hubiesen marchitado la más feliz de las sonrisas. Era apenas un atisbo, una ínfima parte de la energía y la vitalidad que en aquel cuerpo había residido. Con la misma pasión que puse para hablar me levanté del sofá hecha un fantasma y me arrastré hacia la cocina. Reparé entonces en la penumbra total que reinaba en la casa.  Había anochecido a escondidas. Ignorando el interruptor me sente entre las sombras, contemplando la ciudad extenderse a mis pies. Millones de luces la inundaban de una vida y una alegría que a mi no me alcanzaban. Me sentí intrusa en una ciudad que me había visto crecer, y noté que mi lugar estaba allí, entre las sombras de una cocina atrapada en el tiempo. Y supe entonces que no habría lugar en el m

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-Te dije que no iba a irme a ninguna parte. No temas, estaré aquí mientras eso te haga feliz. Le devolví la sonrisa e ignoré el dolor de mis mejillas. -Entonces, es para siempre, ya lo sabes. -Vamos, déjalo ya. Sólo es un enamoramiento de adolescente. Sacudí la cabeza con incredulidad y me mareé al hacerlo. -Me sorprendió que Renée se lo tragara. Sé que tú me conoces mejor. -Eso es lo hermoso del ser humano -me dijo-. Las cosas cambian. Se me cerraron los ojos. -No te olvides de respirar -le recordé. Seguía riéndose cuando la enfermera entró blandiendo una jeringuilla. -Perdón -dijo bruscamente a Edward, que se levantó y cruzó la habitación hasta llegar al extremo opuesto, donde se apoyó contra la pared. Se cruzó de brazos y esperó. Mantuve los ojos fijos en él, aún con aprensión. Sostuvo mi mirada con calma. - Ya está, cielo -dijo la enfermera con una sonrisa mientras inyectaba las medicinas en la bolsa del gotero-. Ahora te vas a sentir mejor. - Gracias -murmuré sin