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Mostrando entradas de mayo, 2010

Happiness.

Unas manos se posaron sobre mi cabeza. Esta vez no me sobresalté, eran demasiado conocidas. Cerré los ojos que había abierto ante el inesperado contacto y dejé que el viento y sus dedos me mecieran el pelo. Sentía el calor y la arena deslizarse por mi piel, y el sonido de las olas colarse en mis oídos. Me concentré en los círculos que dibujaba en la parte de atrás de mi cuello, y pude sentir cómo se erizaba mi piel allí donde sus manos trazaban figuras imaginarias. No sé la definición exacta de la felicidad en el diccionario, pero la mía era esta.

Myself.

Hoy me he levantado de la cama y no me he fijado con qué pie, quizá con los dos y por eso me sienta anímicamente extraña, algo irascible y melancólica. Me quedé mirando durante demasiado rato una fotografía de una niña pequeña, que reía feliz alzando su trenecito de colores a aquella persona que fotografiaba su momento, y me pregunté en quién se había convertido aquella pequeña desconocida que en realidad conocía muy bien. En sus tiernos rasgos de quizá tres años, no más, apenas reconocí los míos; en la ingenuidad de su risa tampoco veo rasgo ni característica alguna de la mía. Ahora me río más, o tal vez menos, depende de la ocasión, me río por cosas diferentes, y con mucha más precaución. Suelo sonreir a menudo, pero la mayoría de las veces es por cortesía. Y pocas personas me saben hacer reir realmente alto. Reconozco en los ojos de esa niña una felicidad extraña, cargada de sueños, de una vida entera por delante, de animales, juguetes y amigos. Ahora me miro en el espejo y veo una

Hurts.

No, Susan, eres tú la que no tiene ni idea. No sabes lo duro que es despertarte un día y encontrar todo tu mundo paras arriba. No sabes lo duro que es levantarte aturdida, con mil preguntas del tipo "¿qué me pasa?" y mil intentos de convencerte a ti misma de que es una mala racha que pasará, como las demás. No tienes ni idea de lo duro que resulta que, a pesar de mil intentos inútiles de autoengaño, por fin, quizá tras un periodo de dudosa crisis, te des cuenta de que ya no hay nada. Porque, cuando se ha amado de verdad, duele en lo más profundo del alma levantarse sabiendo que has dejado de querer. Ya sé que es duro que te dejen. Es una de las sensaciones más horribles del mundo. Pero, ¿qué me dices cuando llega el momento de mirar a esa persona a los ojos y decirle que se terminó? Dime cómo contemplar el dolor del corazón roto de una persona a la que has amado y quieres sin que se rompa el tuyo también, aunque sea un poco. Dime cómo soportar la tristeza de esos ojos que un
Dejé que el golpeteo de la lluvia y el olor a tierra mojada me nublaran la mente. Respiré hondo mientras aceleraba mi carrera, notando como los músculos de mis piernas se calentaban a medida que avanzaba. El agua me empapaba la cara y apenas podía ver nada, pero no importaba, lo único que importaba ahora era yo, el espacio que se extendía delante de mí y la tierra que sentía entre los dedos de mis pies. Cada vez mis músculos se encontraban más a gusto con la carrera, así que aceleré el paso, forzando mi límite. Me sentía bien, libre, esta vez no corría por temor, por prisa, por escapar, corria por placer, para sentir el viento mecerme el pelo, para sentir el agua resbalando por mi rostro, para sentir la mullida tierra aplastarse bajo mis pies desnudos. El aire entraba y salía de mis pulmones de manera precipitada, y también mi agitada respiración me supo a gloria. Mantuve mis músculos al máximo durante un buen rato, nunca me había dado cuenta de lo rápida que era, y cuando ví que mi re
El ligero tembleque de mis muñecas se trasladó al resto de mis manos en el momento en el que sostuve el amarillento sobre en ellas. Tuve que hacer un gran esfuerzo por controlarlas mientras rasgaba el papel, y mucho más cuando me dispuse a sacar el contenido. Una foto descolorida por el paso del tiempo calló sobre la hierba. Desplegué el folió y enseguida reconocí la letra. La fecha databa de dieciocho años atrás. Queridísimo Alexander: Son horas las que he pasado frente a esta hoja en blanco, y todavía no sé cual puede ser un buen comienzo. Quizá, a pesar de todo lo que ha pasado, no debería perder las formalidades. Quizá debería saludarte, preguntar qué tal te encuentras, pero no me quedan fuerzas para seguir fingiendo normalidad. Con el resto del mundo es suficiente. Quizá mis palabras lleguen tarde, o tal vez, tras ver quien te escribe, arrojes el sobre al fuego, puede que tras meses de ausencia hayas comenzado a olvidarme un poquito. Yo no te he olvidado, Alex, no he dejado de pen