Nota del autor.

Amigo lector:
Siempre he creído que todo escritor, lo admita o no, cuenta entre sus libros algunos como sus favoritos. Esa predilección raramente tiene que ver con el valor literario intrínseco de la obra ni con la acogida que en su día le hayan dispensado los lectores ni con la fortuna o penuria que le haya deparado su publicación. Por alguna extraña razón, uno se siente más próximo a algunas de sus criaturas sin que sepa explicar muy bien el porqué. De entre todos los libros que he publicado desde que empecé en este extraño oficio de novelista, allá por 1992, Marina es uno de mis favoritos.
Escribí la novela en Los Ángeles entre 1996 y 1997. Tenía por entonces casi teinta y tres años y empezaba a sospechar que aquello que algún bendito llamó la primera juventud se me estaba escapando de las manos a velocidad de crucero. Con anterioridad había publicado tres novelas para jóvenes y al poco de embarcarme en la composición de Marina tuve la certeza de que ésta sería la última que escribiría en el género. A medida que avanzaba la escritura, todo en aquella historia empezó a tener sabor a despedida, y para cuando la hube terminado, tuve la impresión de que algo dentro de mí, algo que a día de hoy todavía no sé muy bien qué era pero que echo en falta a diario, se quedó allí para siempre.
Marina es posiblemente la más indefinible y difícil de categorizar de cuantas novelas he escrito, y tal vez la más personal de todas ellas. Irónicamente, su publicación es la que más sinsabores me ha producido. La novela ha sobrevivido a diez años de ediciones pésimas y a menudo fraudulentas que en algunas ocasiones, sin que pudiese yo hacer gran cosa para evitarlo, han confundido a muchos lectores al tratar de presentar la novela como lo que no era. Y aun así, lectores de todas las edades y condiciones siguen descubriendo algo entre sus páginas y accediendo a ese ático del alma del que nos habla su narrador, Óscar.
Marina vuelve por fin a casa, y el relato que Óscar terminó por ella lo pueden descubrir los lectores ahora, por primera vez, en las condiciones que su autor siempre deseó. Tal vez ahora, con su ayuda, seré capaz de entender por qué esta novela sigue estando tan presente en mi memoria como el día que la terminé de escribir, y sabré recordar, como diría Marina, lo que nunca sucedió.
C.R.Z.

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