Tears.

Al oír las palabras del fabricante de juguetes, Irene comprendió que ya nunca podría volver a ver aquel universo de imaginación desbordante que poblaba Cravenmoore como una espectacular e impactante pirueta del genio que lo había creado. Para ella, que había aprendido a reconocer en carne propia el vacío de la pérdida, Cravenmoore no era más que el oscuro reflejo del laberinto de soledad en el que Lazarus Jann había vivido en los últimos veinte años. Cada habitante de aquel mundo maravilloso, cada creación, constituía simplemente una lágrima derramada en silencio.

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