Nightmare.

Camino muy deprisa, casi corriendo, por un largo pasillo. Está oscurísimo. Pero más que el miedo es una urgencia lo que me hace acelerar. Aunque aún no tengo muy claro el qué. Mis movimientos son torpes y lentos, propios de los sueños donde quieres correr y nunca lo haces lo suficientemente rápido. Una angustia crece en mi pecho y pronto me sobra la chaqueta. La dejo tirada en el suelo del túnel y echo a correr, pero de nuevo vuelvo a sentir que no es lo suficientemente rápido. La angustia casi es incontenible y unas lágrimas silenciosas empiezan a deslizarse por mi cara. ¡Menos mal! Una puerta aparece al final de ese larguísimo pasillo y casi me dejo el alma en esos metros que me separan de ella. Plum. La abro de un empujón y un extenso aparcamiento aparece ante mis ojos, que casi se me salen de las órbitas. Hay pocos coches aparcados, los recorro todos con la mirada, pero no es eso lo que busco. Libro las cuatro escaleras de un salto y paso despacio entre coche y coche, como si el anhelo de encontrar lo que buscaba se hubiese esfumado y ahora, cuánto más tardase en encontrarlo, mejor. Suenan unos extraños ruidos que rompen el silencio de la noche. Una risa. Una risa que me es muy conocida y una nueva tanda de lágrimas empieza a cubrir mi rostro. Me agacho instintivamente detrás de un Ford Fiesta y, con mucho cuidado, me asomo a mirar a través de la ventanilla. Esa cara. La dueña de esa preciosa risa. Esa voz.
-¿Sabes lo que te quiero, nena?

Me despierto con el corazón a mil por hora. Madre mía, ¿qué era eso? Menuda pesadilla, ha sido horrible. Algo muy duro se abre en mi pecho e instintivamente me encojo, sorprendida. Ahora las lágrimas que en sueños me ahogaban son terriblemente reales y mil escenas vuelven a mi mente. Esa prisa por llegar, esa angustia, la sensación de no haber llegado a tiempo. Esas palabras. Sus palabras. Te quiero, había dicho. Y el dolor de no haber sido yo la persona a la que se lo decía me ha hecho despertar. Me doy la vuelta y miro el reloj. Puff, las cuatro de la mañana. Casi me desplomo en la cama. Busco a tientas el móvil y miro la pantalla. Ningún mensaje. ¿Y si es esa la razón por lo que últimamente hemos estado tan mal? ¿Ha encontrado a otra? ¿Es eso? ¿Después de tanto tiempo, tantos momentos, tantas noches, tantas cosas juntos, se ha enamorado de otra? Ahora la libertad sentida horas antes, todos esos pensamientos y esas dudas me parecen ridículas. ¿Qué me pudo hacer pensar que podría separarme de él? ¿Que ya no le quería? La desesperación por sentir que se alejaba quizá me hizo imaginar que todo se había acabado por parte de los dos. Ahora la certeza absoluta de que lo quiero, incluso puede que más que antes, me abruma, e imaginar que ya no es en mi en quien pueda pensar en estos momentos me desespera.

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