Necesidad de escribir. De explicar...
Llegas a un punto en tu vida en el cual te vas dando cuenta de las cosas. Las criticas no te afectan y vas sabiendo mejor lo que quieres. Donde salir un sábado y que te amanezca bailando y riendo con tus amigas es todo lo que necesitas para librarte de una semana horrible llena de cosas que poco valen la pena en realidad. Es ese punto de tu vida donde te das cuenta que has crecido, pero todavía no demasiado, donde todavía estás a tiempo de cometer mil errores más de los que ya has cometido. Pero esta vez sabes que es diferente. Esta vez sabes que si fallas podrás recuperarte mejor y más rápido que la última vez que lo has hecho. Porque te vas haciendo fuerte. Te vas acostumbrando a que la gente te decepcione. A las falsas apariencias. A que nadie sea perfecto a pesar de que todos lo quieran aparentar. Aprendes a vivir con ello, a no asustarte ni a desilusionarte. Porque ya sabes como van las cosas... más o menos. Pero un día sales a la calle, es un día normal, puede que llueva o que haga sol, que truene o granice, que salgas con tu mejor amiga o con una que no lo es tanto. Puede que ese día lleves tu sudadera favorita o que ni siquiera te haya apetecido peinarte. Pero es un día normal, como todos los demás. Haces lo mismo que siempre sin darte cuenta de que ese día algo o alguien va a hacer que las cosas cambien. Ya te había pasado antes, ¿y qué? ¿Es que acaso alguien es capaz de aprender de esto sin volver a cometer el mismo error? Aparece alguien en tu vida y vuelves a lo mismo. A las conversaciones hasta las tantas y a pensar que es la persona más maravillosa del mundo. A la misma tontería de siempre de que es especial, diferente. Las personas diferentes no existen. Te puede gustar el azul o el amarillo, el Barcelona o el Madrid, los coches o las motos, el Rock o la música Pop, pero eso no te hace ser diferente del resto. Porque que elijas un color u otro no va a lograr que me hagas menos daño. Porque que seas de un equipo o de otro no va a conseguir que consigas darte cuenta a tiempo de lo felices que podríamos llegar a ser juntos. Conseguirás que me ilusione, posiblemente harás que te quiera, ¿y después? Discutiremos, ¿y qué? Me prometerás cosas. Cosas que tanto tú como yo sabemos que no vas a cumplir. Pero ambos nos quedamos satisfechos. Tú te libras de la discusión y yo me gano cuatro palabras bonitas que seguramente te las conoces mejor que la tabla periódica. Pero es entonces cuando te sientas y te paras a pensar y te das cuenta de lo tonta que has sido. De nuevo. Te enfadas contigo misma y seguramente te llamarás de todo menos guapa, porque la culpa es tuya y de nadie más. Aquí es donde entra lo que hablábamos al principio. Ese punto de tu vida donde te das cuenta de las cosas. Ya no eres una cría. Ya no tienes que aguantar estas cosas porque sabes que no es el fin del mundo. Sabes que no te morirás de amor y sabes que él no es único en el mundo. Sabes que si continúas creyendo sus mentiras llegaréis a un punto de no retorno y entonces ya no habrá nada que hacer. Sabes todo eso y mucho más, lo único que no sabes es lo que tienes que hacer. Irónico, supongo. Aquí es donde se diferencian a dos tipos de personas. Las primeras posiblemente se den cuenta de todo esto, pero no tienen más que cerrar los ojos y dejarlo pasar. Ellas se empeñarán en esa relación y seguramente dejen en ella hasta los huesos. Lo darán todo por alguien que posiblemente no de ni la mitad porque estará demasiado ocupado dándole su otra mitad a otra persona. Mentirán, engañarán o simplemente las dejarán cuando se aburran. Y tenemos a otro tipo de persona. Las enamoradas de la idea del amor. Las que quieren darlo todo y recibir más. Las que sufren cuando ven el veneno que inunda a esta sociedad. Las que quieren cartas con corazones y rosas los 14 de febrero. Las que se encuentran con alguien así y aún sabiendo que sufrirán se plantan, se arman de valor y dejan escapar al motivo de su felicidad. Y os diréis, ¿pero por qué no luchan? Y yo os aseguraré que han luchado, han luchado tantas veces en la vida que apenas logran ya llorar. Han peleado y perdido tantas veces que se han dado cuenta que si dejan escapar a alguien y éste no vuelve para intentarlo es que no merecía la pena gastar ni siquiera una última sonrisa en intentarlo. Han deseado tantas veces que ese amor fuese el amor de su vida que se encuentran perdidas. Tienen miedo. Yo tengo miedo. Pero no es aquí donde voy a frenar. No voy a dejar de intentarlo. No voy a dejar de creer que ahí fuera, en algún lugar entre cientos de fracasos vas a estar tú. Esperándome con una sonrisa entre tus brazos. Porque ni sé cómo te llamas ni sé qué aspecto tienes. Pero te quiero. Te quiero y te voy a encontrar aunque me cuesten mil decepciones más. Hoy sé que vale la pena intentarlo.
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