El niño con el pijama de rayas.
-Lamento que no hayamos encontrado a tu padre -dijo Bruno.
-No pasa nada.
-Y lamento que no hayamos podido jugar, pero lo haremos cuando vayas a visitarme. En Berlín te presentaré a... ¿cómo se llamaban? -se preguntó, y sintió una frustración porque se suponía que eran sus tres mejores amigos para toda la vida, pero ya se habían borrado de su memoria. No recordaba ni sus nombres ni sus caras-. En realidad -dijo mirando a Shmuel-, no importa que me acuerde o no. Ellos ya no son mis mejores amigos.
Miró hacia abajo e hizo algo poco propio de él: le tomó una diminuta mano y se la apretó con fuerza.
-Tú eres mi mejor amigo -dijo-. Mi mejor amigo para toda la vida.
Es posible que Shmuel abriera la boca para contestar, pero Bruno nunca oyó lo que dijo porque en aquel momento hubo una fuerte exclamación de asombro de todas las personas del pijama de rayas que habían entrado allí, y al mismo tiempo la puerta se cerró con un resonante sonido metálico.
Bruno arqueó una ceja; no entendía qué pasaba, pero dedujo que tenía que ver con protegerlos de la lluvia para que la gente no se resfriara.
Y entonces la larga habitación quedó a oscuras. Pese al caos que se produjo, de algún modo Bruno logró seguir sujetando la mano de Shmuel; no la habría soltado por nada del mundo.
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