Tú por hacer, yo por quedarme tan parado, y los dos juntos por tener nuestra cabeza en otro lado . Tú por hablar, yo por callarme demasiado, tú por robarme esa canción que ya te había regalado.
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Mostrando entradas de junio, 2011
Capaz.
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No, no digas nada. Yo hablaré. ¿Me has echado de menos? Porque yo a ti mucho. Eres un verdadero tirano, ¿sabes? Me cuesta estar enfadada contigo, pero esta te la guardo. No te hagas ilusiones. Me gustaría hablar pasando del juego... por una vez. ¿Te gusta mi vestido? Se lo he birlado a mi hermana. Tenía este o otro rojo tipo bomba nuclear o algo así... Debí ponerme ese... lo sé. He debido pasarme más o menos tres horas frente al espejo. Pero ha merecido la pena, ¡estoy guapa! Y espero gustarte si no te meto un tortazo. ¡Espera! Shhhh... Por dónde iba... El problema es que si me dijeras "me encantas" no podría creérmelo. Julien, ya no se cuándo es un juego y cuándo es verdad. Estoy perdida. ¡Espera,espera! No he terminado. Dime que me quieres. Dímelo porque yo jamás me atreveré a decírtelo primero. Me daría miedo que pensaras que es un juego. Sálvame, te lo suplico.
El niño con el pijama de rayas.
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-Lamento que no hayamos encontrado a tu padre -dijo Bruno. -No pasa nada. -Y lamento que no hayamos podido jugar, pero lo haremos cuando vayas a visitarme. En Berlín te presentaré a... ¿cómo se llamaban? -se preguntó, y sintió una frustración porque se suponía que eran sus tres mejores amigos para toda la vida, pero ya se habían borrado de su memoria. No recordaba ni sus nombres ni sus caras-. En realidad -dijo mirando a Shmuel-, no importa que me acuerde o no. Ellos ya no son mis mejores amigos. Miró hacia abajo e hizo algo poco propio de él: le tomó una diminuta mano y se la apretó con fuerza. -Tú eres mi mejor amigo -dijo-. Mi mejor amigo para toda la vida. Es posible que Shmuel abriera la boca para contestar, pero Bruno nunca oyó lo que dijo porque en aquel momento hubo una fuerte exclamación de asombro de todas las personas del pijama de rayas que habían entrado allí, y al mismo tiempo la puerta se cerró con un resonante sonido metálico. Bruno arqueó una ceja; no entendía qué pasa...
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-Este debe de ser un buen trabajo -dije-. Conductor de funiculares. El ascensorista del cielo. Marina me miró, escéptica. -¿Qué tiene de malo lo que he dicho? -pregunté. -Nada. Si eso es todo a lo que aspiras. -No sé a lo que aspiro. No todo el mundo tiene las cosas tan claras como tú. Marina Blau, premio Nobel de Literatura y conservadora de la colección de camisones de la familia Borbón. Marina se puso tan seria que lamenté al instante haber hecho aquel comentario. -El que no sabe adónde va no llega a ninguna parte -dijo fríamente. Le mostré mi billete. -Yo sé adónde voy. Desvió la mirada. Ascendimos en silencio un par de minutos. La silueta de mi colegio se alzaba a lo lejos. -Arquitecto -susurré. -¿Qué? -Quiero ser arquitecto. Eso es a lo que aspiro. Nunca se lo había dicho a nadie. Por fin me sonrió. El funicular estaba llegando a la cima de la montaña y traqueteaba como una lavadora vieja. -Siempre he querido tener mi propia catedral -dijo Marina-. ¿Alguna sugerencia? -Gótica. Da...