Dicen que, cuando sueñas, las caras de las personas desconocidas que salen en el sueño son en realidad las caras de gente con la que te has cruzado por la calle, gente que ha pasado por tu vida y que, subconscientemente, su cara queda registrada en tu memoria, haciendo que, sin querer, aparezcan en esas realidades difusas a las que denominamos sueños.
Recuerdo que llegué a una pequeña estación de tren escondida entre las brumas de un bosque que prometía secretos y maravillas. Recuerdo el entusiasmo al bajarme de aquel tren color escarlata que se perdía en la negrura de la noche y las ganas de abandonarlo y continuar hacia delante, hacia ese bosque encantado que me atraía con hilos invisibles y juraba en silencio una paz y una seguridad que no daba su aspecto. Recuerdo las ausentes ganas de resistirme a ese embrujo y lo rápido que este se quedó a mis espaldas. No consigo olvidar como aquellos muros de piedra emergieron de entre las ramas y la ansia con la que sorteé los últimos metros que me separaban de aquel lugar. La luna se adueñaba del cielo infinito, tiñendo de plata las copas de los árboles. Recuerdo el revuelo cuando crucé las enormes puertas de acero, y las ganas de correr. Y corría, y corría, y todo se volvió caótico y extraño, y la gente iba con máscaras que ya no prometían seguridad, y entonces recuerdo... recuerdo que caí contra el duro pavimento. Una figura se alzaba impenetrable en la noche, una máscara cubría su rostro y, su mano, cubierta de un negro guante, se tendía en señal de ayuda hacia mi. Recuerdo el ágil movimiento con el que se quitó la máscara y... entonces... entonces le conocí sin conocerle. Me levanté y me sonrió, y su sonrisa misteriosa era como una vieja amiga, y su piel morena y su pelo negro como aquella noche impenetrable era lo único que ocupaban mi cabeza. Supe que era él desde el principio y, como sólo se sabe cuando estás a punto de despertar de un sueño, supe que en el momento en el que despertase algo en mi vida iba a cambiar por completo. Recuerdo... que me desperté en el silencio extraño de mi habitación y que lo único que quería era grabar a fuego cada milímetro de aquella persona y de aquel ínfimo momento que me había bastado para comprender que no pasaría un solo día en la vida que no me dedicase a buscarle.
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