Lo sé. He estado en tu lugar, la verdad es que yo también me asusté un montón. ¿Y si me hace daño? ¿Y si me abandona? ¿Y si muere? Eso sería mi fin, así que decidí cortar antes de que pudiera hacerme nada, ¿y sabes qué? Fue el mayor error que yo he cometido. Y tú estás cometiendo el mismo error ahora y te aseguro que no voy a quedarme sentado a verlo. En el amor debes arriesgar, Sandra, arriesgar. ¡Yo no lo hice! Y mírame ahora, soy el fantasma solitario y hueco de un hombre, lo que no significa que no vaya a herirte. Pero te garantizo algo, ningún dolor que sientas será jamás comparable a la pena que proviene de darle la espalda al amor. Siendo alguien que ha sentido mucho ambas cosas, créeme. El dolor es mejor que la pena, sobre eso no te quepa la menor duda. No huyas. No lo hagas...
Avenida del Tibidabo, 32, Barcelona.
El tranvía ascendía casi a ritmo de paseo, acariciando la sombra de la arboleda y oteando sobre los muros y jardines de mansiones con alma de castillo que yo imaginaba pobladas de estatuas, fuentes, caballerizas y capillas secretas. Me asomé a un lado de la plataforma y distinguí la silueta de la torre de "El Frare Blanc" recortándose entre los árboles. Al acercarse a la esquina de Román Macaya, el tranvía disminuyó la marcha hasta detenerse casi por completo. El conductor hizo sonar su campanilla y el revisor me lanzó una mirada de censura. -Venga, listillo. Aligere, que el número treinta y dos lo tiene ahí. Me apeé y escuché el traqueteo del tranvía azul perderse en la bruma. La residencia de la familia Aldaya quedaba al cruzar la calle. Un portón de hierro forjado tramado de yedra y hojarasca la custodiaba. Recortada entre los barrotes se adivinaba una portezuela cerrada a cal y canto. Sobre las verjas, anudado en serpientes de hierro negro, se leía el número 32. Tra...
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