Te detienes un momento y les miras. Te detienes en cada uno, en cada una. Te fijas en sus rasgos, en su pelo, en su risa y su sonrisa. En esas miradas cómplices que los une a todos. Juntos charlan y disfrutan, se insultan, incluso cae algún puñetazo. Se conocen, se conocen a fondo. Hay confianza. Cariño. Los sueños vuelan y los planes se multiplican. Y mirándoles me paro a pensar en todos aquellos sueños, todos aquellos planes que ya hemos realizado. En todo el tiempo que hemos compartido. Las peleas, las historias, las risas y las borracheras. Los problemas, las alegrías. Las bienvenidas y las despedidas. Las madrugadas y las noches hasta las tantas. Los inviernos, las primaveras,  los otoños, y por encima de todo los veranos. Las vacaciones y las épocas de exámenes. Todas las horas, minutos y segundos que nadie se pueda imaginar. Mirándoles me doy cuenta de la suerte que tengo, de lo orgullosa que me siento. Orgullosa por no poder contar con los dedos de la mano a mis amigos porque no me alcanzarían. Orgullosa de que yo sí puedo presumir de la sinceridad de esa palabra. Orgullosa de poder quereros como os quiero.

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