El laberinto de los espíritus - Carlos Ruíz Zafón
Acepté el Sugus porque sabía que era la posesión más preciada de todo el patrimonio de mi amigo Fermín y que me honraba compartiendo su tesoro. - ¿Ha oído decir usted alguna vez aquello tan socorrido de que en el amor y en la guerra está todo permitido, Daniel? - Alguna vez. Normalmente en boca de los que están más por la guerra que por el amor. - Así es, porque en el fondo es mentira podrida. - ¿Es esta entonces una historia de amor o de guerra? Fermín se encogió de hombros. - ¿Cuál es la diferencia? Y así, al amparo de la medianoche, un par de Sugus y un embrujo de recuerdos que amenazaba con desvanecerse en la niebla del tiempo, Fermín empezó a hilvanar los hilos que habrían de tejer el final, y el principio, de nuestra historia.